La temperatura descendió e hizo que se resintieran los cultivos, el frío y
la sequía azotaron el norte y el este de Europa lo que desencadenó una gran
migración de refugiados climáticos, grandes masas de gente hambrienta se
desplazaron hacia el sur en busca de comida cruzando ríos sin problemas al
estar congelados. De esta forma se iniciaron las invasiones de Roma por parte
de tribus eslavas y germanas, que finalmente desencadenaron la caída del
Imperio Romano.
Después se desencadenó una nueva bajada global de las
temperaturas afectó gravemente a los cultivos y
la ganadería, ocasionando hambrunas, epidemias, guerras y desórdenes sociales. El cambio climático fue el único enemigo al que el Imperio Romano no
logró vencer y le causó su caída.